María Gainza – El nervio óptico

$ 27,800

Colección Poesía y Ficción Latinoamericana ‖ 160 páginas ‖ 14 x 21 cm.

A

«Guía subrepticia de los museos públicos de Buenos Aires, celebración de lo menor como categoría estética, El nervio óptico inaugura un género donde confluyen límpidamente la historia del arte y la crónica íntima. Su heroína, dueña de una voz narrativa que parece capaz de todas las proezas estilísticas, es una ‘mujer parada en el ecuador de la vida’ que osa decir su nombre y el de su tribu: la clase alta argentina. Su existencia pasa, a veces con exceso de velocidad, de la comedia social a la ironía trágica. Ciertos días, fiel a su instinto de supervivencia, se precipita en los museos como si fuesen salas de primeros auxilios. Busca con desesperación y esperanza la delectación visual que le procure una dosis de felicidad vital y clandestina. A veces la encuentra en una escena de caza de Dreux, en una marina de Courbet, en un retrato de Schiavoni, en un mural de Sert engarzado en un ambiente de chinoiserie art déco. Y como el gusto sopla donde quiere, suelen ser obras olvidadas en pasillos oscuros, libres de toda sospecha de genialidad. Su mirada no se contenta con el embeleso; quiere hacer justicia poética, rescatarlas de su limbo catalográfico, del purgatorio del canon dominante. Las examina hasta descubrir ese color invisible, esa dimensión desconocida que late debajo de ellas como un corazón delator: su historia. Entonces la escribe y hace su entrada triunfal en la literatura».

Ernesto Montequin

Adquirí El nervio óptico de María Gainza en hasta 12 cuotas sin interés con Mercado Pago. Además, llevando cinco libros o más, el envío es gratis a todo el país y también, comprando 3 o más, en CABA.

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Prensa:

ISBN: 9789873728006 Colección: Etiquetas: ,

Descripción

Colección Poesía y Ficción Latinoamericana ‖ 160 páginas ‖ 14 x 21 cm.

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«Guía subrepticia de los museos públicos de Buenos Aires, celebración de lo menor como categoría estética, El nervio óptico inaugura un género donde confluyen límpidamente la historia del arte y la crónica íntima. Su heroína, dueña de una voz narrativa que parece capaz de todas las proezas estilísticas, es una ‘mujer parada en el ecuador de la vida’ que osa decir su nombre y el de su tribu: la clase alta argentina. Su existencia pasa, a veces con exceso de velocidad, de la comedia social a la ironía trágica. Ciertos días, fiel a su instinto de supervivencia, se precipita en los museos como si fuesen salas de primeros auxilios. Busca con desesperación y esperanza la delectación visual que le procure una dosis de felicidad vital y clandestina. A veces la encuentra en una escena de caza de Dreux, en una marina de Courbet, en un retrato de Schiavoni, en un mural de Sert engarzado en un ambiente de chinoiserie art déco. Y como el gusto sopla donde quiere, suelen ser obras olvidadas en pasillos oscuros, libres de toda sospecha de genialidad. Su mirada no se contenta con el embeleso; quiere hacer justicia poética, rescatarlas de su limbo catalográfico, del purgatorio del canon dominante. Las examina hasta descubrir ese color invisible, esa dimensión desconocida que late debajo de ellas como un corazón delator: su historia. Entonces la escribe y hace su entrada triunfal en la literatura».

Ernesto Montequin

Adquirí El nervio óptico de María Gainza en hasta 12 cuotas sin interés con Mercado Pago. Además, llevando cinco libros o más, el envío es gratis a todo el país y también, comprando 3 o más, en CABA.

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Fragmento

Dicen que hay que pararse frente a una tela de Rothko como frente a un amanecer. Son cuadros bellísimos, pero la belleza puede ser sublime o puede ser decorativa, y en los livings neoyorquinos del Upper East Side los cuadros de Rothko combinaban deliciosamente bien con los sofás de cuero y las alfombras de angora. Las críticas le cayeron a baldazos. Rothko las sufría mientras su cuenta bancaria se abultaba. Algunos lo acusaban de ser un efectista que hacía del rigor del expresionismo abstracto un buen negocio. El pintor empezó a defenderse con frases del tipo: “La experiencia trágica es para mí la única fuente del arte”. Fue como cavarse su propia fosa: durante años esa grandilocuencia ahogaría sus obras, las convertiría en opacos menhires.

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