Roberto Videla – La intimidad

$ 17,800

Colección Poesía y Ficción Latinoamericana ‖ 80 págs. ‖ 14 x 21 cm.

A

«Voy al cine empujado por mí mismo. Entro como siempre algo avergonzado. La mujer de la boletería me saluda con simpatía, claro: soy un cliente que deja plata seguido. Se queja amable y burocrática de que nadie tiene cambio, que todo el día tuvo que lidiar con eso, mientras yo pienso en cuánta gente ya fue ese día y cuánta gente me habré perdido y quiénes. Me es difícil mirarla a los ojos, coloco la voz de circunstancias, muy amable, como si me disculpara. Me da un caramelo, que reserva para sus preferidos, supongo, lo que viene bien por el aliento, por si hay que besar. Guardo los billetes del vuelto pero arrugo la entrada al pasar la primera tanda de cortinas y entrar a la oscuridad del cine. Miro rápido a la derecha a ver si hay gente apoyada en la pared y camino con garbo hacia el baño, que está al fondo del cine, al lado de la pantalla grande donde se proyectan filmes heterosexuales porno. Tal vez alguien se dé cuenta de que camino lindo y juvenil y me siga. Ahí paso otras cortinas. Hay una salita, que los primeros tiempos era un bar, con algunas sillas, unas seis, y muy alto un tele chico con videos porno gays. Tiro la entrada en un cesto en el baño, de donde saco y guardo una servilleta de papel para secarme cuando me salga una gotita por la excitación de entrar a un lugar prohibido. A veces estoy todo mojado y ni siquiera me he excitado. Es traspasar ese umbral lo que me hace gotear».

Adquirí La intimidad de Roberto Videla en hasta 12 cuotas sin interés con Mercado Pago. Además, llevando cinco libros o más, el envío es gratis a todo el país y también, comprando 3 o más, en CABA. Prensa:

ISBN: 9789873728211 Colección: Etiquetas: ,

Descripción

Colección Poesía y Ficción Latinoamericana ‖ 80 págs. ‖ 14 x 21 cm.
A
«Voy al cine empujado por mí mismo. Entro como siempre algo avergonzado. La mujer de la boletería me saluda con simpatía, claro: soy un cliente que deja plata seguido. Se queja amable y burocrática de que nadie tiene cambio, que todo el día tuvo que lidiar con eso, mientras yo pienso en cuánta gente ya fue ese día y cuánta gente me habré perdido y quiénes. Me es difícil mirarla a los ojos, coloco la voz de circunstancias, muy amable, como si me disculpara. Me da un caramelo, que reserva para sus preferidos, supongo, lo que viene bien por el aliento, por si hay que besar. Guardo los billetes del vuelto pero arrugo la entrada al pasar la primera tanda de cortinas y entrar a la oscuridad del cine. Miro rápido a la derecha a ver si hay gente apoyada en la pared y camino con garbo hacia el baño, que está al fondo del cine, al lado de la pantalla grande donde se proyectan filmes heterosexuales porno. Tal vez alguien se dé cuenta de que camino lindo y juvenil y me siga. Ahí paso otras cortinas. Hay una salita, que los primeros tiempos era un bar, con algunas sillas, unas seis, y muy alto un tele chico con videos porno gays. Tiro la entrada en un cesto en el baño, de donde saco y guardo una servilleta de papel para secarme cuando me salga una gotita por la excitación de entrar a un lugar prohibido. A veces estoy todo mojado y ni siquiera me he excitado. Es traspasar ese umbral lo que me hace gotear».

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