Tres poemas de El affair Skeffington

En El affair Skeffington, María Moreno reconstruye la biografía de una autora inexistente, la de Dolly Skeffington, una norteamericana expatriada durante los años locos en una bohemia París-Lesbos en la que pululan, entre otras, Gertrude Stein, Anaïs Nin y Djuna Barnes. Esta ficción constituye la primera parte del libro; la segunda reúne los poemas de Skeffington, de los cuales transcribimos tres a continuación.

El affair Skeffington, , María Moreno Mansalva, 2013
María Moreno,
El affair Skeffington,
Mansalva, 2013

1914 /1918

Trizas,
hecha trizas.
Que cada cual
tome una
y suba al tiovivo,
ávidos, amantes, montones míos.
ENFERMERA
PRENDA FUEGO A ESA IDEA
Nadie hará un memorándum:
en la mente
el fuego no quema la carne.

(de Exposición)

SOBREVIVIENTE

Ya fue bastante amarte,
reposar un sin fin en tu regazo
–cuarenta años para un minuto
no deja de ser un trato justo–,
tu mano en la noche del hospital también
aunque no pudieras escuchar el murmullo
oculto bajo el rebozo de la mascarilla:
“He atrapado el secreto, querida,
la muerte no nos dice nada”.

Si la velocidad es subjetiva
el viaje de la camilla hacia el quirófano
llega a alcanzar la velocidad de la luz.
Carreteras corren para atrás. Pasan postes:
ningún movie del ahogado,
ni siquiera el prestigio de una esquirla en la pierna,
solo recuerdos donde arden las poblaciones
y veo el palo del barco hundido.
(Tengo miedo de decir la verdad bajo anestesia.)

Mi madre me ofrece a la distancia
algo que me importa mucho pero luego
vuelve el rostro y dice que no puede dármelo.

Siete velos de valium me acercan tu cara de reproche
pues has podido leer en los pliegues de mis párpados
la tentación tenaz de soltarme y someterme.

Si hubiera Dios agradecería
que nuevamente me rapte una imagen
(tus lágrimas cayendo sobre loza jaspeada,
hojas entre las hojas de los libros,
ensalada de flores).

Y que una voz eche su raíz en mí
sin ninguna amenaza de olvido
(en español la palabra anhelo).

Espero en la antesala del Touro
reconocer a lo lejos los faros de tu auto
–voy a aterrizar ilesa entre nuestras sábanas–,
la reconciliación y los plisados rosa
y el barrido de tus manos sobre la seda.

(de El honor de las damas)

LA BAILARINA

¿Por qué tanta congoja, tanta pena?

Si precisamente hoy ella dijo
que no tenía deseo de ir a esa fiesta
porque se sentía tan cerca de mí
que no hubiera podido soportar
ni el tintineo de los vasos en las bandejas
o que alguien saltara descalzo sobre la barra.

Levantó en cambio la tapa de nuestra marmita
y dejó que el aroma invitador del guiso
se derramara por el cuarto, diciendo:
–Soutine ha terminado hoy con su buey
y resultó que el último estaba fresco.

Comimos conversando animadamente junto a la ventana
y el cartel de El Monóculo que estaba más cerca de ella
con su titilante resplandor rojo
parecía que la encendía y la apagaba.
Luego se sentó en el borde de la cama
que gime a veces pero solo bajo el peso de dos cuerpos
y puso los pies en la jofaina
sosteniéndose el vestido
como una persona que cruza un riacho.
Entonces tomó una navaja
y se rasuró limpiamente las piernas.

Vi la desesperación de los pelitos
en el mandala de agua
antes de escurrirse por el sumidero.

Así un día yo también seré arrancada.

Y es mi consuelo haber arrojado allí
el dorador de marcos,
pienso que habrán tenido un espléndido funeral
antes de salir al Marne.

¿Por qué tanta congoja, tanta pena?

Ella es tan pero tan atroz
como una mente afiebrada,
piensa que es el amor
antes de conocerlo y se resguarda.

Yo, la dama del rickshaw,
con otra dama
que no conoce el camino pero tiene un látigo.

(de Gwendolyn Massachusetts)