JADE

La primera vez que te vi, las luces estaban apagadas. Entré enceguecida por el sol de primavera y me salieron al encuentro los dos hombres de mismo nombre, Renan, el iluminador, y vos. Nos presentaron en penumbras y todos nos dimos besos en general. De ese momento te recuerdo en negativo, como en un rollo sin revelar. De la presentación tampoco retuve nombres ni roles, y me fui a sentar a las butacas. Tomabas decisiones acerca de un haz de luz que bañaba la pintura de una oreja hiperrealista. Había tres cuadros más, colgados a distintas alturas pero vos tomabas decisiones acerca de una luz. Todos hacían comentarios veloces en tu idioma y yo jugaba a entender. En algún momento prendieron las luces y entonces te descubrí en tus colores de verdad: camisa blanca, pelo castaño, tatuajes, chancletas. Los hombres de nombre igual propusieron ir a comer, bajamos al bar del edificio, nos sentamos una al lado de la otra. Eras simpática, sonreías, intentamos tener un diálogo en nuestras lenguas respectivas con mucha dificultad hasta que pasamos al inglés y respiramos. Antes de que llegara la comida ya me habías hablado de Lina Bo Bardi y ya me habías escrito su nombre con tu letra en mi cuaderno. Lina Bo Bardi. Una foto de un interior de la casa que diseñó e hizo construir Lina Bo Bardi en medio del bosque sigue siendo mi protector de pantalla hoy. A la noche te vi entrar a la misma sala en la que te había visto a la mañana, esta vez con luz. Tus orejas, las que pintaste, eran el único elemento escenográfico, orejas hiperrealistas sobre fondos de color. Llegaste tarde a la charla de las dramaturgas, entraste pasando por adelante, rápido como si eso te hiciera menos visible, ibas toda de negro y con una botellita en la mano, una botellita de vidrio de jugo pero rellena de algo más. Cuando di mi charla te sabía en el público pero en ese momento no significaba nada en particular más que qué suerte que la pintora simpática se interesó y me vino a escuchar. A la salida coincidimos bajando por las escaleras y me saludaste bastante entusiasta y radiante, que te había gustado la charla, que te habían gustado las fotos, que son obras que habrías querido ver. El festival organizó una fiesta de apertura en un bar canchero sobre una calle que da a unas vías de tren en una parte antes marginal de la ciudad que se está convirtiendo en ondera. Tardo muchísimo en llegar al bar porque vamos con un amigo de la traductora que necesita cargar nafta y damos vueltas por la ciudad antes de llegar a destino. Cuando entramos al bar justo te encuentro saliendo a fumar con un amigo y radiante todavía me decís algo en tu idioma que no entiendo, te digo quéeee y me decís que te alegra que haya venido, en inglés. Me siento azorada y afortunada en la misma medida. Me dirijo a la mesa que me señalaste con la gente con la que venía, no tengo ni apuro ni expectativa. Hasta que volvés de fumar y te sentás. El resto de la noche vas a estar a mi derecha, así que te veo mucho del mismo ángulo. Me preguntás si tengo Instagram, te digo que no y entonces te pido tu teléfono para consultarte cosas acerca de tu ciudad en los días que me quedan. Me preguntás qué planes tengo y te digo que quiero ver árboles más que nada. Me decís que al día siguiente tenés clases pero que el viernes podemos escribirnos para hacer algo. En algún momento sale el tema de mi edad y te mostrás sorprendida, casi shockeada, pero no siento que te retires. A esta altura del partido las cosas son lo que son o no serán. En algún momento la cena se convirtió en fiesta pero nosotras no nos movimos de la mesa. En algún momento me decís que deberías irte porque al día siguiente cursás temprano. Te digo que yo también me voy. Me piden un auto, vos pedís uno para vos, nos despedimos. Cuando llego al hotel me entra un mensaje de watsapp en el que me decís que tengo un hijo lindo, comentando mi foto de perfil. Y es lo que digo, no quiero pretender nada, las cosas son lo que son y me hace sentir poderosa no tener que pretender ni omitir.
En mi día libre paseo a pie por la ciudad, no tengo un afán turístico, solo la quiero caminar y ver si descubro árboles, sobre todo a eso es que le presto atención. Voy al jardín botánico, les saco fotos a muchos árboles que nunca les hacen justicia: es muy difícil retratar un árbol todo entero, con su tronco y sus ramas, entonces siempre hay algo que queda afuera, y en la pantalla todo luce plano, las copas no tienen profundidad por más filtros que se les añadan. Pienso que querría compartir la de algún almendro con vos pero me propuse no escribirte hasta el día siguiente. Y no va que tengo la suerte de que seas vos la que me escribe, para invitarme a ver un corto de una amiga tuya que dan el viernes, el plan es ir a verlo y tomar una cerveza después. Me alegra sombremanera esta propuesta. Te confirmo enseguida pero al rato recuerdo que ya me comprometí con la gente del festival para ir a ver una obra de danza esa misma noche. Lamento muchísimo la superposición y te escribo, decepcionada. Te contraoferto mi noche de ese día y mi mañana del sábado. Me decís que no podés a la noche pero que el sábado sí. Me dispongo a pasar el resto de mi día libre sola, pretendo pasarlo en el hotel. Pero a las horas me entra otro mensaje tuyo diciéndome que van a ir con unos amigos a comer algo cerca de mi hotel y me invitás a sumarme. No lo dudo, me cambio y voy. En una mesa en la vereda estás sentada con tres personas más, ya comen y beben, es un local de comida árabe al paso. No sé quiénes son los demás ni qué vínculo tenés con ellos pero saludo a todos como si fueran tus amigos. Me acompañás a comprar la comida, siempre hablando en inglés. Uno de los muchachos de la mesa nos escucha y nos pregunta, le parece ridículo que hayamos elegido el inglés para comunicarnos. De todos solo uno era tu mejor amigo, el que se fue en la bici de carrera. El que parecía argentino es el primero en irse, la bici después y la mujer que resultó no ser amiga de nadie es la que se queda hasta el final. Y después ya nadie más. Tomamos otra cerveza, empiezan a levantar todo a nuestro alrededor, agarramos nuestras botellitas y nos vamos a sentar a un cantero del barrio. En ese momento, en la elección de ese cantero, de ir a sentarnos ahí, sé ya con toda certeza que me gustás bastante y que te besaría, si vos me quisieras besar. Pero sigo sin especular nada porque todo ha fluido tanto y también me podría quedar con ese encuentro, sin algo más. Te pregunto por tu novia, que mencionaste al pasar. Me contás que están juntas desde hace tres años pero que hace un par de semanas se fue con una beca por dos años, muy lejos de acá. Y que quedaron en ir viendo qué pasaba con la relación a distancia. Me preguntás por mi relación y te cuento y eso tampoco te aleja, tan poco como mi edad. Es que es bueno lo que estamos compartiendo como para andar asustándonos por hechos que no tienen nada que ver con lo que pasa acá. Esa fluidez me conmueve, hace que eso ahí sea todo nuestro, incluso la vida de cada una antes de acá, que es toda la vida entera, pero que al estar compartiendo este presente sin juzgar ni querer poseer, hace que todo esté ofrecido y se comparta, sin especular. Cerca nuestro corren ratones desde el cantero hasta las ruedas de los autos estacionados, van y vienen, ratas serán. Terminamos las cervezas y me ofrecés llevarme con el auto. Por nada del mundo me pierdo el gusto de verte manejar. Caminamos unas cuadras, subimos a tu auto, levanto del piso una hoja grande de almendro, roja, madura, la pongo en la luneta del auto, mientras vos te ponés anteojos para ver mejor, en la oscuridad. Creo que ese es uno de los momentos de más intimidad que recuerdo entre nosotras, o quizás haya sido el primero. En ese momento, en esa sincronía de gestos, yo del lado del acompañante apoyando la hoja, vos sacando los anteojos del estuche, para manejar, en esa combinación de gestos siento que ya tuvimos y tenemos y tendremos siempre una relación, que es esta y es nuestra y dura la eternidad.