JARDÍN ANDALUZ, DE LAUTARO BASTARRECHE

Perdidos en su pelo
ondulado que se mece
con cada movimiento
de éxtasis se enternecen
los astros vagabundos
que al consumirse esplenden
en manos de una artista
con cadencia muriente
y la suavidad del lino
el corazón se divierte
al caer hipnotizados
contemplando las paredes
como pantallas de cine
como espejo que se vierte
y en su reflejo conforma
una imagen en que penden
turquesas y aguamarinas
entre ramajes inertes
las luces de una tormenta
sobre los dos se ciernen
desnudos y relajados
tendidos sobre sus redes
él así se representa
el juego de los placeres
en un jardín andaluz
prendas caen blandamente
la tersidad de una piel
bañada de atardeceres
perfuma nuevos recuerdos
de amores adolescentes
deseosos de extraviarse
besarse hasta detenerse
agradecer por la dicha
la carne y sus redondeces
y así pasar otra noche
sin el temor a la muerte
ella entre nubes blancas
uno tras otro enciende
cigarros de oro egipcio
como faros que protegen
a los marineros heridos
de las rocas que sorprenden
en las noches sin luna
cuando navegan y tuercen
su rumbo apesadumbrado
tras la lectura celeste
a las naves forajidas
llevadas por las corrientes
tropicales que desquician
al capitán con sus reveses
y a la tripulación entera
los fantasmas holandeses
de las historias oídas
de labios impenitentes
tras el vaivén de algún lecho
en puertos de viejos muelles
cansados de tanta vida
tan lejos de las mujeres
que hablaban su misma lengua
y conocían sus placeres
tan bien como las bacantes
conocen las embriagueces
del dios y de sus influjos
narcóticos y alegres
sus ritos y vestimentas
que excitan y enloquecen
la fauna de aquellos bosques
de robles de hojas perennes
y aves aletargadas
como aquel niño de Amberes
que con su perro Pastrache
retratara Vermeulen
¿quién no deseó hundirse
sentir que el mundo se duerme
olvidarse del color
y del paso de los meses
arroparse con la tierra
mientras el humo asciende?