TRES ENTRADAS DEL DIARIO DEL DINERO
Sábado 10 de abril, 2004
Ese soldador en la silleta, apenas sostenido, hace llover chispas a través de la media sombra negra. Ilumina el espacio con relámpagos artificiales. Esa luz que de cerca quema las córneas, muestra la escena de unos hombres en el andamio balcón, apenas sujetos, algo peligroso. La inestabilidad y el capricho de la construcción. Los miro desde el bar La orquídea en Francisco Acuña de Figueroa y Corrientes. Me asombran las proporciones, el frontón triangular es tan enorme. Me entero que al día siguiente inauguran la Iglesia Universal del Reino de Dios y que por eso están trabajando contra reloj. Son las letras de la frase Jesucristo es el camino lo que están soldando. Paso por la puerta, el edificio es monumental. Dijeron en el bar que pagaron una cifra millonaria para comprarle ese predio al Mercado de las flores que estaba antes ahí y que son los mismos que pusieron plata para la campaña de Lula.
Viernes 14 de abril, 2006
Lavé alguna ropa y la colgué en la terraza. Cociné una tarta. Fumé un cigarrillo. Vi una película. Hablé con Fabio. Jugué con Nina. No me bañé. Escuché los temas. Me bajé un tema de Brian Eno. No copié una cosa en el disco rígido. Publiqué en el Flog la fecha del 22 con la foto de la casa. Casa Zombie. Después de Cromañón, no nos queda otra que tocar en lugares clandestinos, no se publica la dirección. En este caso es la casa de Inés y Pilar que hacen una fiesta y así se disimula que en realidad es una fecha con entrada y todo. A pesar de las circunstancias, lo disfrutamos, es por algo de esta autogestión total, algo que nos une, hay un código, una solidaridad. La otra vez hicimos un monitoreo en vivo –solo imagen– proyectado en la habitación de al lado. El sonido se escuchaba perfecto porque estábamos a pocos metros y resultó un espacio desde el que se podía ver y escuchar, pero también conversar un poco ya que el volumen no era tan alto. Estaba uno de los chicos que fue mi alumno en el Rojas, Nahuel, el de la pulsera cadenita, que se le enredó en el resorte del cuaderno, y yo lo ayudé a liberar.
Viernes 15 de septiembre, 1989
La semana pasada estuve en la casa de mis padres, que ahora viven en La Pampa y, revisando papeles y cosas, encontré mis diarios, los que escribí entre los trece y los diecisiete, que abandoné y retomé desde los diecinueve hasta hoy. Los cuadernos que encontré son de cuando te conocí, y todos los días, a partir de ese hecho, en 1979, aparece tu nombre, acompañado de un detallado relato de todo lo sucedido cuando te veía y de plegarias o insultos según la situación. Estas apariciones se extienden hasta que dejé de verlos a todos ustedes. Es decir, a vos, tu hermana, Marcela y Luis, que estaba más alejado en los últimos tiempos. Debido a toda esa relectura, varios días leí sobre vos y pensé mucho. Me volví a preguntar las mismas cosas que nunca entendí en medio de mi ceguera amorosa de adolescente. Como siempre que pienso mucho en alguien, intenté contactarte de alguna manera, y opté por escribirte así, como hablándote. Una vez te escribí una carta, no me acuerdo lo que decía, pero sí me acuerdo de la tuya, de la contestación. Era tal mi veneración que la plastifiqué, con contact. Creo que a partir de ese momento me enamoré de la carta. La mañana en que Vero, tu hermana, me la trajo a la escuela, una compañera me la sacó y la leyó y me dijo que eran mentiras, que era la carta de un farsante. Tomé esa carta como lo único que yo quería y lo único a lo que me atendría. Gracias a mi carta, algo escrito, yo había conseguido lo que parecía imposible: obtener algo tuyo, algo escrito por vos, tocado por vos, pensado por vos, en una de tus hojas de carpeta. Qué más quería. Cada palabra me parecía un juramento, y cualquier signo me hablaba. Había tachaduras que descifré, puntuaciones, errores de ortografía que significaban muchas cosas, datos valiosos para mí, regalos. Me la aprendí de memoria.
Estos días fueron como un paréntesis en mi presente, y me sumergí por completo en esas anotaciones, estudiando todo lo que pasaba entre esos dos chicos de catorce años. No sé si me hubiera acordado tanto de vos, ni sé si te hubiera querido tanto con esa inocencia y fatalismo propio del primer amor, si no hubiera tenido la posibilidad de escribir. Porque nos veíamos muy poco, casi no hablábamos, lo que yo escribía, ese recuento minucioso de hechos ínfimos, de gestos o palabras dichas, y todos mis pensamientos al respecto, eso era lo que construía lo que yo consideraba amor. Y la carta obtenida fue como un trofeo, una prueba viva de nuestra existencia amorosa, provocada, forjada, por la misma escritura.