«Leche de heroína» de Gabriela Bejerman

Leer Heroína es montarse al lisérgico frenesí de una prosa que cabalga entre personajes caprichosos y escenas de una hilaridad colosal, cuya brújula es una sensualidad desbordante que halla su leitmotiv en el flirt . A continuación, de dicho libro, Leche de heroína.

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Gabriela Bejerman, Heroína, Mansalva, 2014

Yo estaba callada en un balcón. Los pies firmemente atados. Hacía mucho calor, más de treinta grados, humedad, 99 por ciento. No sé bien cómo había llegado a esa posición, aunque no era tan distinto del resto de mi vida. Ni siquiera podía preguntarme por qué disfrutaba de estar atada en un balcón. Probablemente el motivo de mi goce fuera el excesivo caldo, el jugoso calor. De pronto me escuché: gimiendo.

Alguien me desataba, pero también alguien volvía a atarme a la altura de la cintura. ¿Con qué objetivo? ¿Quiénes eran? Mis preguntas terminaron cuando vi a mi ex y su nueva novia. Los reconocí porque el sol, que acababa de salir, les clavó un buen rayo. Ahora entendía todo: querían llevarme al Tigre, a su cabaña de luna de miel, para que yo presenciara el arrullo de su felicidad. Ella, sobre todo, estaba convencida de que yo sufriría tanto como ella fuera capaz de gozar. Algo en sus planes, sin embargo, la tornó inofensiva, porque esas cuerdas me favorecían a mí. Entonces me enamoré de ella.

Mi ex parecía una mujer, más que nunca, llevaba un bolso de mano con pelucas y cada diez minutos se las cambiaba. Con eso quería dominar la situación. Yo intentaba reírme pero la heroína no me dejaba. Entretanto nos insertábamos agujas, en eso había armisticio. Si incrustaban la jeringa cargada y burbujeante en la cuerda, en lugar de mi vena, se armaba un escándalo entre ellos. Mientras, yo chupaba toda la salsa sin pincharme. ¡Era un maestro! ¡Ese sábado yo era un maestro!

Entramos a una combi, que no sé cómo consiguieron, ¿robada? Robada por un amigo quizá, un buen amigo que robe una combi para vos. Todos necesitamos amigos. Ese día yo presenciaba un show en mi contra planeado a base de amor y de odio. Las ventanillas no proyectaban una película mejor. Era como si los dos tuvieran revólveres de juguete pero con balas de verdad y cambiaran roles de piloto–copiloto sólo para apuntarme más. Encima querían que yo les contara historias para excitarse y demostrar así cuánta relación hay entre el amor puro y el amor carnal. ¿Por qué  querían hablarme de eso a mí? En los años de novios lo hicimos pocas veces, es verdad, ¿mi ex quería decirme que yo lo hacía mal? ¿Y ella quería responder que yo nunca lo había amado? A todo esto, cada uno empezó a murmurar una oración, producto de la heroína, que definía el amor, pero la olvidaríamos para siempre.

Era injusto que nadie escuchara a nadie, incluso si nos odiábamos, si estábamos en el espacio exterior, si no teníamos nada en común más que la ruta al río. ¡No me escucharon cuando canté en voz alta tratando de imitar a Madonna! ¡Se burlaron de mí!, pero se pusieron tristes y melancólicos porque la canción elegida fue la que dice “till then, it will burn inside of me”, que es deprimente. Se dieron la mano y despacito se largaron a llorar, no atinaban siquiera a pedir que me callara. Los había embadurnado en un bloque de resina emocional y su masoquismo no me escribía un R.S.V.P.

Él frenó. Estacionó el auto a un costado del camino. Los pastos crecían a la luz de la noche. Las vacas se quedaron quietas con los ojos brillantes y fijos en nosotros: la combi, yo adentro y dos personas en el techo sin poder hacer el amor. Cambié de tema. Empecé con uno de Miss Kittin. Poco a poco percibí que la camioneta se zarandeaba. Frank Sinatra había cambiado mucho desde mis primeras canciones, ahora estaba muerto y los de arriba se reían –todo eso era parte de la letra–.

Después bajaron por una escalerita. Mi ex iba a sentarseal volante cuando ella lo detuvo:
–No, bajate. Quiero que la atemos otra vez a ésta, seguro que ya se le aflojaron las cuerdas. ¿Queremos que siga cantando o la amordazo?
Mi ex no contestó. Fue a mear al pasto y las vacas salieron corriendo. Un ternero se acercó y empezó a lamer las gomas del auto.
–¿Pensará que son las tetas de la madre? –dijo mi ex guardando su coso en los pantalones y sin enfatizar su lenguaje vulgar.

Ella no aguantó. Abrió la puerta de atrás. Me agarró de una cuerda en la nuca y me bajó a la fuerza. Me abrió la camisa, los botones saltaron uno a uno, tuc, tuc, tuc, tuc, tuc y me dijo:
–Amamantá.
Yo nunca había amamantado. ¿Acaso no es una felicidad cuando todavía hay cosas que no hicimos por primera vez? Me sentí tan agradecida que dejé que el ternero apretara con sus dientotes mis indefensos pezones, que por la erosión se convirtieron en pezones vacunos. Ya no sentía nada cuando me dijo que me pusiera en cuatro patas y además de ordenarme eso, a mi ex le gritó:
–Vení y mamá. Ya. Conmigo.
El ternero se puso a mirar las estrellas recostado sobre el lomo, tieso, pero las pezuñas se le movían más que trastornadas. Mi ex y su novia estaban mamando leche de heroína. ¡Qué buena idea habías tenido! Se hacía de noche, se hacía de día, no pasaba ningún auto. A mí me habían enchufado al tanque de nafta y con esa mezcla finalmente pudimos volver a carretear. Yo iba sentada adelante, en el medio, y ellos, como tomando mate. Me clavaban las agujitas sólo a mí, porque les gustaba un cambio de hábito en favor de la tetina, el sabor de la leche y chupar, chupar, chupar.