Amo esta poesía salvaje, desafiante, que nos amenaza hasta la tentación. No hay nada aburrido en el mundo, a gran velocidad todo se vuelve atractivo y absurdo. Este libro tiene el efecto de una droga apocalíptica.
Gabriela Bejerman
Gonzalo
No en un millón de años
Vuelvo a escribir entre drogados, pero
sin drogarme.
Junto a Gonzalo, vestido de jeans
tomó drogas para caballos, me pide que
lo acompañe a hablar por teléfono
(al hospital?) está mareado, pobrecito
parece un pobre ángel herido,
un pobre animal desamparado.
¿Por qué tomaste eso, Gonzalo?
Para probar, sólo para probar.
Estamos en un shopping,
somos amigos del dueño,
está cerrado porque ya es la madrugada
y hay una fiesta.
Caminamos por este lugar tan grande
lleno de glamour, lujo, sofisticación.
El piso de parquet brilla.
Cuando llegamos a su casa se acuesta
como un peso muerto
Se deja caer y se desviste.
Dejá de escribir con la mente
me dice,
y me muestra
una revista porno que le regaló un amigo
No es una revista vulgar,
es pornografía estetizada,
y le agradezco al cielo tener un
amante tan sutil esta noche
Una mujer con ocho pijas en la cara,
nunca había visto
algo parecido,
pero ella es hermosa,
verdaderamente hermosa,
y parece muy segura de lo que hace.
Hacemos el amor y conversamos.
Estoy exhausta de tanto hablar,
las letras se mezclan con cualquier cosa,
se me pierde la mente y la garganta.
Gonzalo habla sobre la playa.
La playa es su lugar preferido,
quiere morir en la playa,
quiere dejar todo e irse a una isla desierta.
Yo,
no puedo parar de mirar
las puertas del placard.
Va de pared a pared,
Adentro no hay nada.
Qué lindo placard,
le digo,
y qué bien decorada
está tu casa.
Y al escuchar esto me abraza
con tanta pasión
y me da millones de besos
los mejores besos que he recibido
los besos que estaba esperando
hace
millones de años.
Caramelos de anís
Cerraron los shoppings, los bancos, los cines
sólo pensás en dejarte llevar como
esa vagabunda de la película
vanguardista, sin argumento, de la que te habló
un amigo en un baile
Nunca fuiste ninguna parte
y cuando pudiste salir
sólo llegaste a un país en el que te robaron
la imaginación.
Y de vuelta
en el aeropuerto
los empleados de la aerolínea tuvieron que rodear
con una cuerda tu valija
que explotó por estar llena de cosas.
Amás las bicicletas o la danza:
pensás que sólo ellas podrían darte
un sentimiento de cambio concreto
salís a buscar amigos
volvés sola
pasan los días y no llamás a los teléfonos
anotados con letra tan pequeña
en papelitos
los dejás en el balcón
y el sol le borra los números.
A mi familia
(pink punk)
El año pasado éramos una familia.
A todos nos iba bien, nos queríamos y llegábamos a hacer
cosas realmente extrañas. Nos tirábamos en la alfombra y
escuchábamos música sin hablar
música nueva, lo más nuevo, lo más emocionante.
La música le daba sentido a la vida.
El año pasado yo me sentía amada por ustedes, cuando
llegaba el viernes o el sábado a la noche sabía que iba a
entrar en una zona de alegría y plenitud.
Todo lo que decíamos me entusiasmaba. Realmente nos
escuchábamos los unos a los otros, pero nadie hablaba de
sus problemas, ni contaba cuentos que leyó, ni películas,
ni sueños, ni deseos.
Además podés abonar en tres cuotas sin interés con tarjetas bancarias en compras superiores a los $20,000 y, todo entre nosotros era ligero y sensual, cuando
bailábamos en círculo, los seis solos, en ese departamento
de Retiro. Algunas veces estábamos en trance. Sí, qué
raro suena decirlo, pero era un verdadero trance.
Recuerdo una noche de febrero en que se desató Un
temporal, mientras íbamos en el auto de G., G. P. y yo.
Todo era tan dramático y vital.
Estacionamos el auto en la calle Córdoba y cruzamos
corriendo. Entramos a la casa de A, empapados y nos
sacamos la ropa. Fue raro, no se sabe cómo empezó, nos
quedamos desnudos en la oscuridad.
¡Qué forma más extraña de relacionarse los cuerpos los
unos con los otros!
Ahí en la alfombra de A., casi como niños.
Riéndonos al principio, un poco de los nervios. Después a
alguien se le ocurrió buscar un pepino en la heladera, y
en una especie de ceremonia, nos penetramos.
Qué raro que fue eso.También la orgía seca que hicimos en
el Tigre.
Sólo de caricias. Creo que ese día nos amamos realmente.
En esa cama, con las plantas afuera y los insectos
ensordecedores.
Ese día igual que el otro, el agua estuvo presente.
Salimos de la casa para volver a la Capital y había crecido
tanto el río que no se veía ningún camino y y teníamos
que avanzar con el agua hasta las rodillas.
Cuando volví a mi casa esa noche, no lamenté que
tuviésemos que separarnos,
sentía que estábamos unidos por un lazo de color
inextinguible.
Ese día estuve en éxtasis.