Reseña de Marta del Pino a «Vidas epifánicas»

alvarez nuñez vidas epifánicas
Gustavo Álvarez Núñez, Vidas Epifánicas, Mansalva, 2015

“El hombre no es lo que es, es lo que no es”

Jean Paul Sartre

LO INESPERADO
El otro día posteé en el Facebook la tapa del nuevo libro de GAN, Vidas Epifánicas. Al rato, veo un comentario de mi tía Cuca que me dice “Martita, ¿qué quiere decir epifánica?” Es un peligro mi tía Cuca. A veces me reta en un comentario de Facebook porque no la visito seguido, así, a la vista de todos como si me gritara en el club. Pero esta vez, su pregunta me dejó pensando. Porque toda vida, en definitiva, es una epifanía, es decir, una manifestación. O no, porque no toda vida es una aparición, un deslumbramiento, un hallazgo.

GAN es un hombre de la noche, pero discreto. Es un bardo pero es la anti estridencia. Y logró, fiel a su estilo, escribir una autobiografía escudándose, amparándose o expandiéndose a través de las voces de otros. Vidas Epifánicas es, para mí, una autobiografía promiscua, coral y desgarradoramente honesta. Esto es como la máscara, el teatro o el alcohol: soy más que nunca yo mismo siendo otro. La epifanía, en este caso, se corporiza como una linterna que ilumina huecos del propio curriculum sentimental de GAN. Lo que vemos, develado, es de GAN, le pertenece, pero la linterna la sostienen otros. Se la van pasando de mano en mano Keith Richards, Brian Eno, Clarice Lispector, Mavin Gaye, Piet Mondrian, Bernard Sumner, Paulo Leminski, Marcel Duchamp, Lucio V. Mansilla, José Hernández, Anthony Hopkins, Lee “Scratch” Perry, Pete Shelley, Yves Klein, Armando Enhiesta y Miles Davis. Cada uno agarra esa linterna a su manera y elige qué iluminar, con una voz propia, un estilo diferente cada uno.

Hablo de honestidad porque este libro me pareció más confesional y más crudo que sus anteriores ediciones de poesía. Porque en Vidas Epifánicas las que hablan son sus vacilaciones.

Vidas Epifánicas se puede leer como una autobiografía, pero también como un libro de cuentos o como una obra dramática en la que GAN es el demiurgo. En lugar de congraciarse, cada epifanía echa luz sobre alguna duda existencial, sobre alguna diletancia. Y a la inversa de la esquizofrenia (en la que el personaje se va resquebrajando y dividiendo), a través del armado y la sintaxis de estos retazos, GAN logra construir un todo, un Frankestein entrañable con el que te identificás en seguida, cercano y extraño a la vez, armado con tropiezos, dudas y celebraciones.

Es en esta ambigüedad que no postula sino que esparce preguntas, que comparte enigmas, en donde GAN expone su propio mapa sentimental, su propio manifiesto de la sensibilidad. Si Bataille dijo de Sade que “quiso menos convencer que desafiar”, aquí podríamos decir que GAN quiere menos convencer que confesar. Y ese coraje no es poca cosa.

Vidas Epifánicas puede también leerse como un soliloquio travestido, una confesión puesta en boca de otros, un encuentro trasnochado (si es que la noche devela y revela) y de a momentos, divertido, con los fantasmas multicolores de GAN, su propio cuerpo encarnado en un cuerpo de ballet de artistas que se pensaron a sí mismos, también, como un otro. Porque ¿cómo interpelarse a uno mismo si no es desdoblándose?

Pero Vidas Epifánicas también puede leerse como una conversación, entendida la conversación como práctica de la apertura, del acceso a lo desconocido, del deambular, de la puesta en común que inaugura nuevas temáticas que no sabemos adónde van a terminar, si es que terminan. Es el sentido que le da Vattimo a la diferencia entre diálogos y conversaciones: “Las conversaciones, al igual que el «desocultamiento» de Heidegger, representan la ruptura del orden que los diálogos protegen, porque en el intercambio conversacional la verdad no se presupone, sino que queda descartada desde el principio. Si una conversación jamás es aquello que nosotros nos proponíamos conducir, sino una situación en la cual nos vemos inmersos a medida que se desarrolla, representa el mayor enemigo del orden del diálogo: la conversación es un acontecimiento inesperado”.
Lo inesperado rige en Vidas Epifánicas. Quizá sea ésa la condición natural de la epifanía.

Y para cerrar, me gustaría leer un breve fragmento del libro, en el que GAN habla a través de Brian Eno: “Sé que estoy atravesado por una electricidad ingobernable. Casi como una picazón eterna que me hace brincar de la cama y enfrentarme a la ventana. Y espiar, corrompido por esa punzada de luz. Así es como salgo casi despedido por la ventana hacia confines que evacuan todo el silencio de esta casa y la convierten en una estela de dicha y fraternidad, de ruido y movimiento. Mi refugio es lo que está detrás de la ventana”.